Beatriz Gutiérrez Müller, la pseudo-intelectual de cabecera de la 4T y esposa del expresidente Andrés Manuel López Obrador, ha vuelto a ocupar los titulares internacionales, la incoherencia se desborda. No por algún logro literario ni por su defensa de la memoria histórica mexicana, sino por una jugada que ni sus más fieles aplaudidores saben cómo justificar: la solicitud formal de nacionalidad española, iniciada con toda discreción en la Embajada de España en México el pasado 29 de abril.
Las imágenes de Gutiérrez Müller entrando a la sede diplomática y los reportes de medios como El País y El Universal confirmaron lo que parecía un rumor imposible: la misma mujer que redactó la carta exigiendo una disculpa histórica al rey Felipe VI por los agravios de la Conquista, ahora busca convertirse en súbdita del monarca y ciudadana de la nación que, según el discurso oficialista, “debe pedirnos perdón”.
El trámite, realizado bajo la Ley de Memoria Democrática, que permite a descendientes de exiliados españoles obtener la ciudadanía, ha sido aprovechado por miles de latinoamericanos. Sin embargo, en el caso de Gutiérrez Müller, el simbolismo es demoledor. No solo porque durante años abanderó el discurso del agravio colonial y la soberanía nacional, sino porque para obtener el pasaporte español es obligatorio jurar lealtad al rey y a la Constitución. El mismo rey al que se le exigió una disculpa pública. El mismo país que fue presentado como el villano de la historia nacional.
Las reacciones no se hicieron esperar. Columnistas, analistas y usuarios en redes sociales han señalado la contradicción con una mezcla de asombro y burla. Los memes inundaron Twitter y Facebook: desde montajes de Gutiérrez Müller con mantilla y abanico, hasta versiones de la carta de AMLO ahora dirigida a “Su Majestad, mi futuro rey”. En los cafés políticos y las sobremesas familiares, la pregunta era la misma: ¿cómo se explica semejante voltereta? ¿Qué pasó con la dignidad nacionalista y el rechazo a la monarquía?
Los defensores más entusiastas del gobierno, acostumbrados a encontrar argumentos para todo, esta vez han tenido que hacer malabares retóricos. Algunos intentaron justificar que la nacionalidad es un derecho familiar, otros recurrieron a tecnicismos legales, y no faltó quien sugiriera que se trata de una estrategia cultural para “tender puentes”. Pero la realidad es que el discurso oficialista se quedó sin suelo bajo los pies. La incoherencia es tan evidente que ni el más hábil orador logra ocultarla: después de años de discursos sobre la dignidad nacional, la soberanía y la memoria histórica, la intelectual de la 4T termina solicitando la protección legal de la Corona española.
En España, la noticia fue recibida con una mezcla de incredulidad y sorna. Medios como ABC y El Mundo recordaron que la Ley de Nietos fue pensada para reparar injusticias históricas, no para servir de “plan B” a las élites latinoamericanas que durante años han denostado a la monarquía. Voces en el ámbito cultural español se preguntan si la memoria histórica es solo un recurso retórico para el discurso político, mientras que en círculos diplomáticos se comenta en voz baja la ironía de ver a quien exigió una disculpa jurar lealtad al rey.
El silencio de Gutiérrez Müller solo ha avivado el escándalo. No ha dado explicaciones, ni entrevistas, ni ha intentado matizar el simbolismo de su decisión. ¿Será que la vida fuera del poder, sin los privilegios de Palacio Nacional, ya no resulta tan cómoda? ¿O simplemente se trata de asegurar un futuro en un país con mejor seguridad, mayor estabilidad y, por supuesto, sin mañaneras ni polarización política?
El episodio deja una lección dolorosa para quienes han defendido ciegamente la narrativa oficial. La coherencia, como la dignidad, parece ser opcional cuando se trata de los suyos. El nacionalismo y el resentimiento histórico se diluyen rápidamente cuando aparece la oportunidad de un pasaporte europeo. Los mismos que aplaudieron la exigencia de disculpas a la Corona, hoy guardan silencio o intentan justificar lo injustificable, quedando en evidencia ante la opinión pública.
En resumen, la “primera dama” que abanderó el agravio colonial y el orgullo nacional termina postulándose para súbdita del rey Felipe VI. Y quienes durante años repitieron el discurso de la dignidad y la memoria histórica, hoy se ven obligados a tragarse sus palabras y a mirar hacia otro lado. La incoherencia no solo es evidente, sino que ha dejado a más de uno sin argumentos y, sobre todo, sin dignidad.